
Volver. Reencontrarse con lugares físicos que, cuan muñecas rusas, contienen dentro de sí espacios emocionales y mentales. Recuerdos. Lugares-espacios-refugios. ¿Qué tan grande y pesada es la mochila con la que queremos cargar? Cuando hice el Camino de Santiago me pasó algo curioso, algo que suele suceder a quienes no están acostumbrados a afrontar muchos kms con mochila en espalda: los primeros días de caminata, la mochila se sentía como un castigo de los dioses. Pesada; una punzada me atravesaba el pecho, y los hombros petrificados lanzaban agujetas profundas a la espalda media. Sin embargo, a partir del cuarto día todo cambió: la espalda dejó de doler; los hombros se amoldaron a la fisonomía del bulto y el pecho se aflojó. Me había hecho Una con mi mochila. Me pregunto porqué nos empeñamos a andar por la vida encorvados por el peso de mochilas emocionales cargadas de experiencias tristes/duras. No soy de las que cantan Odas a la Felicidad —creo que la tristeza es tan bella e importante como la alegría— pero creo que, cuan peregrinos novatos, tenemos que aprender a alivianar el peso de aquello con lo que pesadamente cargamos. En la medida que aceptemos esas experiencias más dolorosas como parte de quienes somos, con todo el aprendizaje que nos ofrecen, más creceremos como personas y más oportunidades tendremos de seguir transitando por la vida con los ojos y el corazón abiertos, sin miedo a lo que nos deparen las circunstancias. Quiero creer que está en nosotros —en nuestra voluntad y nuestros anhelos— el coraje para estar de pie, erguidos. Y abiertos, con una sonrisa cómplice en la cara, deseosos de lo que vendrá. #viajante#reflexionandoando
Publicado en redes sociales el 1 de septiembre de 2020