
El ausente se desvanece. En las historias que cuento, en cómo las cuento. En los recuerdos. Una vez la ausencia tenía forma propia y ocupaba espacio. Hoy, ya casi no ocupa ni el espacio del recuerdo. Una parte de mi se queda fascinada con esa resiliencia que, ante todo, me empuja a no mirar mucho atrás. Otra parte quiere siempre tener en el rabillo de un ojo la presencia del pasado. Me esfuerzo por vivir el presente, desterrar fantasmas y no albergar ilusiones que no tengan alguna raíz en lo que estoy viviendo. Me esfuerzo porque siento que cuando realmente logro un poquito de eso, me siento más liviana. Menos confundida. Incluso, menos tonta. Algo se acaba, inevitablemente. ¡Ay! Si tuviera que dedicar un altar a algo, sería a la inevitabilidad. Al menos hoy.
Publicado en redes sociales el 21 de octubre de 2019.