
En un cuaderno ya usado, me reencuentro con el pasado. Lo leo, en voz alta, y lo observo desde cierta distancia: prudencial, sí, pero también real.
No recuerdo el momento en el que lo escribí –por más que, prolijamente, le puse fecha— pero sí puedo reconectarme con los sentimientos que me recorrían cuando necesité escribirlo.
El tiempo lo cura todo.
La distancia borra las líneas gruesas que endurecen los eventos, haciéndolos menos amenazadores, incluso menos especiales.
Igual, a mí, en el mar de nostalgia en el que me gusta de vez en cuando nadar, me sirve mantener las conexiones con aquello que alguna vez dolió.
“Borrón y cuenta nueva” es ajeno a mi vocabulario.
Me aburre pensar que todo se resuelve en el olvido (me amigo con la sanación del tiempo, no del olvido).
En este sábado que promete ser caluroso, me reencuentro con un pasado frío, pero prometedor. Que trae la promesa de la fuerza interna, de ese fuego que siempre me empuja, de esa resiliencia que muchas veces me cansa, pero que me define.
Ahí va, un pasado, revisitado:
(Y que vivan las brisas frescas en las tardes calurosas, y la punzada en el pecho ante la certeza de que todo irá mejor)
“Me retuerzo en el frío, me congela tu mirada distante, huidiza: ¿adónde te fuiste? ¿Volverás? ¿Te esperaré? Recostada en el suelo crujiente… igual no te espero. Si total te fuiste para no volver. Que así sea”.
Publicado en redes sociales el 27 de junio de 2020