
De estas cosas que reaparecen sin buscarlas —esta foto en el metro de NYC de cuando vivía por esos pagos— y este texto que escribí alguna vez, parte exorcismo, parte necesidad de aprender a fuerza de reflexionar mucho. No creo en las coincidencias: si esta foto (que siempre al verla me da paz) y este texto de abajo (que salió de algo concreto y también de acumulaciones) aparecieron hoy, es porque algo me vienen a recordar. Sin penas ni batacazos, que recordar significa “volver a pasar por el corazón” y nada malo puede venir de tal acción.
El texto, pues, lee así:
Daba y daba y no recibía nada.
Tanto así que pensó que era lo normal.
Dar sin recibir.
Que al dar, era querida.
Y que el recibir no era necesario.
Que el dolor del vacío era parte del “ser querido”.
La cara B de ser, a veces, pensada por alguien.
Dice no saber recibir.
Cree que nunca lo supo, pero yo creo que lo olvidó.
Porque nunca recibió del todo.
No tanto como ella (se) daba,
Y a fuerza de vivir el déficit, se acostumbró al desequilibrio.
Llora porque se siente como un cascarón.
Duro por fuera, hueco por dentro.
Porque todo lo da, ella no se queda con nada.
Es una tonta.
Me he cansado de insultarla.
De gritarle.
Incluso de ponerle el pie para que se caiga.
Y que lo que duela sea hueso, no alma.
Pero no hay caso.
Siempre se levanta sin un rasguño por fuera.
Siempre se levanta.
En parte la envidio (pero en realidad la compadezco).
Publicado en redes sociales el 15 de febrero de 2020.