antes de dormir…


Me vino a la memoria una noche muy estrellada. Estaba en un valle, y el cielo era enorme y parecía un queso perforado que marcaba la distancia entre mi realidad terrenal y lo que se desplegaba antes mis ojos: una historia eterna por contar, en pequeños puntos blancos que titilaban a una distancia que ni siquiera podría entender, por más que me la explicasen (varias veces).
Cerraba los ojos y, al abrirlos, era aun de noche, pero el cielo se veía distinto, como si las estrellas se hubieran complotado para hacerme sentir que estaba patas para arriba… ¿o estaba con los pies en la tierra, y las que estaban al revés eran las estrellas? Mi alrededor olía a eucaliptos y, cuando me disponía a caminar hacia una casa, me encontraba en una cama frente un gran ventanal, en una abrir y cerrar de ojos. Afuera, una tormenta digna de ser perseguida por un caza-tornados; adentro, la sorpresa ante tal espectáculo de la naturaleza me quitaba el sueño, por más que quisiera hacer las paces con él. Finalmente cerraba los ojos, y, al abrirlos, era de mañana y estaba amaneciendo en las montañas. Todo alrededor era árido y majestuoso. Dentro del saco de dormir la temperatura era agradable, pero sentía en mi cara el frío de la mañana que aun no repuntaba. Ya de pie, andaba por una calle suburbana llena de hojas otoñales, que me marcaban el camino al metro más cercano, previa parada para compra un café negro, de esos que te ayudan a empezar el día. 

Pues eso. La magia de los recuerdos. Antes de cerrar los ojos, y entregarme a la materia de los sueños.

Publicado en redes sociales el 25 de marzo de 2020.

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