A horas de volver a Madrid, camino a mi lugar favorito de Santiago, paseando por la Rúa San Pedro, hasta llegar a la Rúa de Belvís, donde se encuentra el Seminario Menor —albergue de peregrinos— y donde también hay un parque con unas tímidas vistas de la Catedral. Me siento bajo un árbol enorme que me regala una sombra agradable y fresca donde entregarme a la contemplación y a la lectura. Me digo a mi misma que tengo una gran capacidad para regalarme buenos momentos. Sé propiciármelos. Me siento contenta. Hay una palabra en inglés, contentment, que describe perfectamente cómo me siento. No es exactamente “estar contenta” sino estar bien con la situación en la que estás, satisfecha, feliz… pues así estoy. Pienso en la cantidad de veces que la soledad me ha dado tristeza. Me sigue pasando hasta el día de hoy, pero cuando soy consciente de ello, me doy un ratito para sentirla y enseguida me paro en el presente y observo, con los ojos puestos en el ahora, que no hay razón para estarlo. La tristeza, la nostalgia, son fantasmas del pasado, recuerdos que la mente nos trae para no salir del bucle de la insatisfacción. Y la sensación de soledad desaparece cuando deja de ser importante. Para estar feliz hay que arriesgar. Y hay que tener todos los sentidos conectados en el presente. ¡Cuánto trabajo! Nobody said it was easy. Aunque, tengo la sensación de que es menos laborioso de lo que parece. Que el soltar amarras y dejarse llevar por la corriente es sencillo, y que lo único que nos limita, a veces, es el miedo a navegar.
Publicado en redes sociales el 21 de julio de 2019.
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