Desde mi ventana

Carabanchel bajo, Plaza de Cantoría, abril 2020

(Nota: Un post corto. A ver si lo logro). 

Hace un par de días vi algo claro: la diferencia en este momento vital –desde mi experiencia— está marcada por la capacidad de estar conectando de forma genuina con las personas. 

encierro físico versus encierro emocional.

del primero: la inevitabilidad. del segundo: la elección. 

Sin desestimar mi espacio de reflexión solitario –que estoy teniendo a mares y oleajes, a veces disfrutando/otras sufriéndolo— el contacto con familia y amig@s (antiguos y de cuarentena) está siendo de esas experiencias que seguramente no me olvide. Más bien lo contrario: a partir de la cual quiero construir.

Volver a la “normalidad”.

Pensar que se puede volver a algo que ya no es…a veces pienso que deberíamos ser más conscientes de cómo usamos las palabras. Las palabras crean y destruyen realidades.

No volvemos a ningún lado. Porque no es deseable, pero porque tampoco existe ya más. A lo que volver.

¿Punto de inflexión/de comparación/de no regreso? 

La construcción del día después. La cuarentena me está ayudando a entender que esa construcción siempre debería partir de la interrogación. Sin miedo a la incertidumbre. Esa interrogación, vista con curiosidad, puede —incluso— motivar. 

Y una construcción significativa. Sin automatismos y con escucha. Empezando desde la reflexión y de la observación consciente y no temerosa de la situación en la que estamos tod@s, junt@s. 

I must create a system or be enslaved by another mans; I will not reason and compare: my business is to create.

(Tengo que crear un sistema o ser esclavizado por el de otro hombre. No razonaré y compararé: mi tarea es crear)

Escribía William Blake. Hablaba de su mundo interior, de su espiritualidad pero, al releerlo, hizo eco en cómo me siento en relación al momento actual (física y psíquicamente)

Igual siempre me tendría que haber sentido así…

Responsabilidad. 

Se escucha mucho esta palabra, últimamente. No la desestimo. En el no muy delicado balance entre la garantía de la seguridad física y el recorte de nuestras libertades individuales, la responsabilidad parece como el estandarte que necesariamente hay que levantar del suelo para dejar de ser críos encerrados y pasar a ser personas que entienden el desafío al que se tienen que enfrentar.

¿Cuándo dejaremos de tener miedo a la responsabilidad?

Al responsabilizarnos, nos comprometemos. El compromiso nos ata –es inevitable— a la palabra dicha, a la necesidad del otr@. 

¿Qué hay de malo en eso? Justamente, en este confinamiento, la presencia de esos “otros”, de sus necesidades y de las nuestras, esa energía compartida a pesar de la distancia física está siendo lo que nos da fuerza, esperanza… ¿sentido?

Entonces,

¿cuál era el problema con hacernos responsables, proponer y crear?

Ciudadanos contemporáneos, que huimos por doquier al compromiso, o lo reducimos a lo justito y necesario… ¿qué pasaría si en vez de verlo como una carga lo sintiéramos como una bendición? 

Por ser parte de algo –que va más allá de un@- que nos une y nos hace más fuertes.

Permeables.

Y más bell@s, pienso.

Más humanos.

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