equilátero

Nota: No había otra opción: tenía que saltar. 

—Treinta metros aproximadamente —se dijo.

Miró hacía atrás, sintió el calor de las llamas que estaban a punto de abrazarlo, se dio media vuelta, hizo la señal de la cruz, y saltó al vacío, sin mirar. *

Tardamos casi tres días en recuperar el cuerpo de Nicolás. Desarticulado, como un títere sin cuerda, había caído sobre una piedra fría que le sirvió de último descanso. Me pregunté porqué alguien se tiraría al vacío de esa manera, tan fría y desesperanzada, pero al escuchar más tarde el relato de los peritos, entendí que había tenido que decidir entre dos grandes males: morir quemado, o despeñado. 

¿Qué hubiera elegido yo?

Nicolás era un hombre hecho y derecho. Abogado de profesión, amante de la naturaleza, hijo modelo y podría haber sido un gran hermano mayor, si no fuera porque su madre no pudo quedarse embarazada de nuevo, y tras varios intentos de adopción, la burocracia terminó minando la paciencia de la familia González Gutiérrez y decidieron que tener solo un hijo era también una bendición.

Por lo que Nico, como lo llamaban todos sus amigos y familiares, se crio como cualquier hijo único de una familia más o menos acomodada: con muchas más cosas de las que necesitaba, sobreprotegido y con un sentido de realidad un tanto cuestionable.

Cuando tenía cuatro años, sus padres descubrieron que Nicolás sufría de acrofobia: miedo a las alturas. Durante un paseo por la montaña que quedaba a una hora de su casa de fin de semana, Nicolás tuvo un ataque de ansiedad al subir a un pequeño mirador que había estado en restauración hasta ese día. No era particularmente alto, ni particularmente escarpado, pero el niño tuvo que ser llevado a emergencias, porque sentía un fuerte dolor en el pecho, y le faltaba el aire.

—Miedo a las alturas —sentenció el doctor de guardia, y así comenzó la única cosa que obsesionó a Viviana, la mamá de Nico, durante toda la infancia y adolescencia de su hijo.

Algunos dirán que era una madre aplicada, que se ocupaba de su hijo y se preocupaba por su futuro. Si me preguntáis, creo que era más bien una obsesiva-compulsiva, que necesitaba alguna excusa para que la sacasen de la pena de no poder volver a tener críos. Ni propios ni de terceros.

Cuando entrevisté a Viviana, después de haber encontrado el cuerpo de su hijo hecho papilla en una piedra, luego de haber caído al vacío desde un acantilado de cincuenta metros de altura, lo primero que dijo al sentarse para prestar declaración fue “ahora nunca tendré nietos” mientras lloraba, desconsolada –espero— por la muerte de su hijo, aunque –creo— en partes iguales por la extinción de la raza González Gutiérrez. 

Ahora nunca tendré nietos.

Ahora nunca tendré nietos.

Ahora nunca tendré nietos.

La frase no deja de retumbar en mi cabeza mientras reviso las fotos de los peritos, del cuerpo de Nicolás, de los restos quemados de la casa de Verónica, y de lo que, se cree, son los cuerpos incinerados de ella y su esposo, Víctor. 

Verónica Martínez Feliciano y Víctor Martínez Flores.

Receta para el desastre.

Los últimos días de este triángulo amoroso devenido en tragedia ocupan ahora mi investigación. Hay algo en la precipitación de los hechos, en el volumen al máximo de la fatalidad que, por alguna razón, no termino de entender. ¿Cómo puede ser que un hombre con un miedo agudo a las alturas se precipitase de esa forma al vacío? ¿Amor? ¿Obsesión? ¿Felicidad?

—Nico, ¿nos vemos mañana? —pregunta una voz dulce del otro lado del teléfono, y Nicolás esboza una sonrisa casi a su pesar.

—No sé, Vero. No quiero hablarlo por teléfono, pero todo esto me tiene muy confundido, y creo que necesito unos días sin vernos —dice Nicolás, transformando la sonrisa automática de la boca en una línea tensa y poco expresiva.

—No me hagas esto, mi amor. No me dejes. Si me dejas me muero…—la voz de mujer solloza de forma casi inaudible.

—Vero, TÚ no me hagas esto. ¿No te das cuenta de que me estás volviendo loco? No puedo más, Vero, voy a perder completamente la cabeza. Casi no duermo, vivo nervioso, y en el trabajo no puedo pensar. Te llamo la semana que viene. Necesito espacio. Aire. 

Nicolás cuelga el teléfono, sale de su oficina y va al baño. Se mira en el espejo y nota las ojeras que le dibujan una sonrisa sarcástica bajo los ojos. Abre el grifo y se moja varias veces la cara con agua fría. 

Verónica.

Nota: Es imposible no invocarla. En sus sueños de noche y de vigilia. Mujer hermosa, de piel suave y oscura, ojos negros profundos y una melena de color azabache. Tiene que haber algo en Verónica que sea necesariamente mortal para Nicolás. Desde que la conoce su destino es tirarse del acantilado por ella.  

Cada vez que terminaban de hacer el amor, Verónica le cantaba una canción. 

—La Verónica de Fito Paéz —decía ella.

—No lo conozco —respondía embriagado de su perfume   Nicolás.

—un cantante y compositor argentino. 

Todas las vidas cayeron al mar 
Y es tan suave verlasTodas las vidas cayeron al mar 
Y se van, y se van, y se van

Ella quiso hacerlo tan feliz…

Pero Verónica estuvo lejos de hacer a Nicolás González Gutiérrez un hombre feliz. Se conocieron de casualidad –aunque en tantos años de trabajo de investigación sé a ciencia cierta que la casualidad no existe; la causalidad: sí— y el flechazo fue instantáneo. Según me cuenta Alicia Hoyos Pedralva, amiga de la infancia de Nicolás y responsable por el encuentro fatídico entre “estas dos almas”, “se miraron y se enamoraron; ya no hubo más nada qué hacer”. 

A mí las historias de destinos y desgracias kármicas poco me importan. Lo que estoy sacando en claro después de escuchar por dos horas a una persona aún más desconectada de la realidad que la pareja fatídica de tortolitos es que el uno estaba obsesionado con la otra, y la otra, presa en un matrimonio del que no le convenía salir, encontró en Nicolás una bocanada de aire y un reencuentro con su vida de mujer sexual y deseada.

Y yo necesito irme a dormir, porque la falta de sueño me está acidificando mucho la perspectiva general de las cosas… ¿quién era Verónica?

Nota: ¿Quiero contar algo de la investigadora? ¿Decir, por ejemplo, cómo se llama? ¿Meter al lector en su mundo a través de la investigación de la muerte de Nicolás? ¿Descubrir su “tragedia personal”? Es inevitable descubrirla a través de sus palabras: sería tonto pensar que, al expresarla, no estoy dejando que se muestre. Pero ¿cuánto?

Verónica.

Nicolás coge el teléfono y ve los mensajes de Verónica: 4 mensajes de WhatsApp, veinte llamadas perdidas, 10 mensajes en el buzón de voz…

Suena.

Hola mamá. Si, perdona que he estado desaparecido: he tenido mucho trabajo en la oficina. ¿Te acuerdas del pleito de marcas que te mencioné la última vez que nos vimos? Pues me lo han dado a mí. Sí, estoy contento de que finalmente me den un caso y no tener que estar siempre de segundón…No mamá, no estoy mal, es la verdad. Es un pleito sencillo, o sea que tampoco han apostado mucho por mí, pero entiendo que peor es nada. Tan tonto no soy. Mamá: te digo que estoy bien. No, no quiero hacer video llamada…me acabo de levantar y tengo una cara malísima, y si me vez así, querrás venir corriendo a casa a traerme vitaminas o algunas cosas de esas, y no tengo tiempo ahora. Sí, ya sé que es fin de semana, pero tengo que ocuparme de algunas cosas. Este fin de semana no podré ir a verlos, mamá, lo siento. Lo dejamos sin falta para el próximo. Mamá, hablamos, ¿sí? Mándale un beso a papá. 

Nicolás cuelga el móvil y lo deja en la mesilla de noche. Va a salir de la cama. Son las doce y ha dormido –gracias al Dormicum— unas buenas diez horas. Se pone de pie y vuelve a sonar el teléfono.

Mi madre es de lo que no hay –piensa Nicolás y atiende: —Mamá, ya te dije que hablamos en la semana. Realmente estoy ocupado este fin de semana y no puedo pasarme a visitarlos. Pero el fin de semana que viene nos vemos seguro.

—Nico? ¿Eres tú?  —la voz de la mujer solloza.

—Mierda –piensa Nicolás.

Hola Vero. Te dije que me dejaras tranquilo este fin de semana, que necesitaba tomar un poco de distancia, y me estás sacando de quicio, Vero. Déjame en paz, por favor. 

Nicolás cuelga el móvil y lo apaga. Camina de arriba a abajo por la habitación y va al baño. Prende la ducha, se desviste y se mete bajo el agua tibia. Llora.

Camino a la estación, no me deja de dar vueltas los llantos insensibles de Viviana. Al fin de cuentas, Nicolás estuvo rodeado por mujeres que, ante todo, lo instrumentalizaron. 

Y Verónica es el epítome de la instrumentalización.

Las pruebas de peritaje confirman que el incendio fue provocado. Alguien entró en la casa con dos barriles de gasolina y los prendió fuego. ¿Víctor? ¿Es esta la acción de un esposo celoso? ¿Nicolás? ¿Se enteró quizás de algo que terminó por hacer que la bomba explotara en su cabeza? ¿Verónica? ¿Quiso acaso matar a su esposo? ¿Sola?

¿Con la ayuda de Nicolás? 

El móvil de Nicolás estaba en el asiento del acompañante de su coche. También su cartera. Y las llaves, en el suelo, al lado de la puerta abierta del asiento del conductor. Nicolás llegó a la escena del crimen con prisas, nervioso, tanto que ni siquiera reparó, o le importó, cerrar su coche. Eso me hace pensar que Verónica y Víctor ya estaban en casa. No hay rastros de gasolina en el coche de Nicolás, que irónicamente es diésel. 

El coche de Verónica y Víctor ardió en el incendio: estaba cerca de la casa y no escapó al destino del resto de sus pertenencias. Lo mismo ocurrió con los efectos personales de ambos. Quemados. Ni rastros de móviles, ni carteras ni nada semejante.

Pero Verónica era una persona insistente y no muy reflexiva, por lo que el móvil de Nicolás está lleno de información útil, en forma de mensajes de texto y de voz.

Otro mensaje de voz, Ali, me dejó otro más. Yo no puedo seguir así. ¿Es que no sabe que se me está yendo la pinza? Tengo miedo de mi mismo, Ali, de lo que soy capaz de hacer —dice Nicolás a su amiga de la infancia, mientras se prepara un café. 

Nico, ¿qué dices? —indaga Alicia, mientras camina por la calle cargada de bolsas de la compra. 

No sé, Ali, no lo sé. Ya no sé ni qué digo ni qué hago. Estoy perdido. La quiero con el alma. Con locura. Tanto que no sé…

Nico, no hagas ninguna locura. Pero tengo que decirte algo. Imagino que ella te habrá llamado para contarte, pero si no has oído sus últimos audios igual no sabes nada.

Ali, ¿qué pasa?

Víctor. Lo sabe todo. Hace tiempo que sospechaba, pero al verla tan nerviosa estos últimos días le cogió el teléfono y se enteró de todo. La amenazó con llevarla a juicio y dejarla sin un duro. Nico: están en la casa del acantilado. Víctor le pidió que pasaran ahí el fin de semana para hablar y Vero aceptó porque necesita solucionarlo, como sabes. Pero no sé, me da mala espina…

La voz de Alicia se corta.

Nota: Siempre me pregunto qué tanto quiero contar de los hechos concretos que me imagino suceden, y cuánto de todo eso prefiero dejarlo a la imaginación del lector. Yo, como lectora, suelo querer que me den la mayor cantidad de información, incluso a cuenta gotas, pero eso responde a mi deseo por querer controlarlo todo. Sin embargo, cuando escribo, siento como si me liberara de ese deseo, y prefiero compartir las historias dejando interrogantes para que, quien lea, rellene los espacios en blanco con lo que prefiera.

Y en este caso, ¿qué hago? ¿Hasta qué punto es realmente interesante saber el paso a paso de lo que sucede con este triángulo desastroso –no puedo dejar de hacer el chiste: esto está lejos de ser “amoroso”— y cuál es el punto en el que, si doy menos información, la historia se hace superflua?

Intento no perderme en el laberinto de mensajes, de idas y vueltas, pero es más difícil de lo que esperaba descifrar cómo se dieron exactamente los hechos. Es fácil saber cómo Nicolás llegó a la casa del acantilado: Verónica lo llamó muy alterada, incluso se diría asustada, diciendo que temía por su vida, que Víctor estaba muy enojado, “nunca lo había visto así”, y que sentía que podía ser capaz de hacer cualquier cosa. Le pidió que fuera a buscarla. Nicolás respondió que sí, y claramente partió hacia su rescate. 

Pero después de eso, no hay más. Era la noche del sábado, entrada la madrugada, y no tenemos testigos que hayan visto salir a Nicolás. La cámara de seguridad del garaje recoge imágenes de una persona vestida de oscuro, en chándal –como vestía Nicolás cuando lo encontramos estrellado en la roca— que caminaba rápido hacia un vehículo, pero no llevaba nada más. La casa del acantilado se encuentra bastante alejada de la civilización, la próxima vivienda está a cinco kilómetros en dirección del pueblo más cercano, y la noche estaba muy cerrada: nadie vio nada.

Alicia, después de alertar a su amigo, no supo nada más de él, ni de Verónica. Preocupada, llamó a la mamá de Nicolás, Viviana, que estaba al tanto de la situación entre su hijo y Verónica, y ella, tras muchos intentos de llamados a Nicolás sin respuesta, decidió comunicarse con la policía. Pero cuando eso sucedió ya era demasiado tarde: la casa del acantilado ardía con llamas de tres metros de altura y su hijo ya había saltado hacia su muerte. 

—Claudia, ¿Cuándo crees que tendrás listo el informe preliminar del caso?

—Ya está casi listo. Le doy una vuelta más, lo imprimo y se lo llevo al sargento.

Nota: Claudia. La inspectora se llama Claudia. 

—¡Qué idiota he sido! —se dice mientras escapa de las llamas que devoran la casa. Ya no hay nada que hacer. Ella ha vuelto por su esposo, y no tiene sentido ayudarla. 

Las lágrimas no dejan de rodarle por las mejillas. En esos segundos en los que sabe que no volverá a verla, la frustración lo llena de rabia, de impotencia. Comprende ahora que, de alguna manera retorcida, Verónica aún ama a Víctor. 

Nicolás sale corriendo de la casa en llamas, en la única dirección donde no hay fuego: el acantilado.

*Propuesta de escritura para el taller de Escritura Creativa de Fuentetaja. Ejercicio: Comenzar por el desenlace de la historia.

en negritas: mis reflexiones

en cursiva: la historia de Nicolás

en letra normal: la historia de Claudia.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: