lo que hay que callarse

—Entonces, ¿la presentación fue un éxito? —Miguel pregunta sin hacer contacto visual con Juan, mientras intenta, sin éxito, prepararse un café con la máquina nueva que han traído a la cafetería de la empresa. 

—¿Te ayudo? 

Juan, más ducho en todo lo que tecnología se refiere, va al rescate de Miguel, y el café comienza a prepararse.

—Gracias. Y sabes qué tipo de café me gusta y todo… —Miguel suspira. De forma imperceptible —piensa él— pero Juan nota un dejo de melancolía en la respiración de su colega o, a estas alturas de la historia compartida, su amigo de la oficina.* 

—¿Estás bien, Miguel? —Al decirlo, Juan se arrepiente. 

—Sí, fantástico. 

Con la mirada fija en el café, Miguel agrega el azúcar y se dispone a mezclarla.

—Fue un éxito rotundo —Miguel lo mira sin entender—. La presentación, digo, fue exitosa, tanto que al final, tuvimos que quedarnos como una hora más para que firmase todas las copias de sus fans. Me puse celoso y todo. Entiendo que haya gente, entre ellos hombres jóvenes y guapos, que conecten con su escritura, porque la realidad es que Arturo es un prodigio, pero eso no quita que no me de ganas de matar a más de uno. 

Miguel esboza una sonrisa forzada. 

—Pues es lo que tiene tener una pareja famosa —y rápidamente corrige su curso— pero bueno, es normal sentirse así. Al fin de cuentas, tu…novio es un gran escritor. 

Las ultimas palabras le salen casi en un susurro, como si se negasen a ser pronunciadas. 

—¿Y tú por qué no viniste? Te esperé con ansias; te figuraba como mi “salvador” en esa noche de celos y admiración desmedida. 

—Pues… no me sentía bien…no sé, creo que algo que comí me cayó mal… —dice Miguel ojeando sin interés una revista. Palidece. O al menos eso piensa Juan. ¿Será que se ha enterado de lo que le espera más tarde? ¿Cómo podría ser? Solo la directora de Recursos Humanos, el jefe del Área de Mercadeo y yo lo sabemos. No, no puede ser, se dice, aunque intenta averiguar.

—Miguel, ¿estás bien de verdad? 

¿Será tan evidente? Piensa Miguel antes de responder.

—Sí; solo un poco cansado, y creo que recuperándome aún del estómago. Lamento no haber estado para salvarte. Pero sabes que cuentas conmigo para lo que necesites. Siempre. Incondicionalmente.

—¡Gracias, mi caballero en armadura lustrosa! Además, Arturo quería presentarte a un amigo artistoide que, aparentemente, es un gran amante y pensamos que sería bueno que lo conocieras.

—¿Eso “pensaron”? —recalca Miguel el plural—. Gracias, pero paso. A los amantes me los busco solito. 

Cae el silencio en la cafetería. La tensión va creciendo, acumulándose, en este encuentro cotidiano de café mañanero, ya convertido en tradición, después de 10 años de trabajar juntos. En esa mañana, ese café, sabe distinto. Si no fuese por la sensación de habitualidad que enmarca indefectiblemente la situación, la escena que interpretan podría ser propia de una película de suspenso. 

Están solos. 

El silencio sigue. 

Los amigos sorben el café con una lentitud planificada, y podrían seguir de esa forma hasta el fin de sus días, pero Juan decide romper el hielo.

—No te enojes, Miguel. Desde que dejaste a Oscar no has tenido ni un ligue, y creo que te va a venir bien tener un poco de acción. Y ese tío que te queríamos presentar es muy tu estilo.

—¿Y cuál es mi estilo exactamente?

—Ya sabes, blanquitos, flacos y con ojos claros, básicamente. Y que “sean ávidos cinéfilos”. Este tío de cine no sé si sabía, pero era clavadito tu tipo físico. 

—¿Y desde cuando sabes tú tan bien lo que me gusta? 

No sospecha nada, piensa Miguel. Igual es mejor; el tiempo no ha estado a nuestro favor… y si lo hubiera estado, ¿qué hubiera sucedido? 

—Tierra llamando a Miguel, conteste Miguel. 

—Perdona…no dormí bien anoche y estoy cansado. Decías entonces que conoces bien mi tipo. Bueno, pues igual no lo conoces tan bien. Me he enamorado de un moreno— lo dice mirando directo a los ojos negros de Juan, y los ve vacíos de comprensión— alguna vez, —agrega a su pesar. —¿Qué tal tu reunión con el grupo ejecutivo del proyecto? ¿Algún disparate nuevo que hayan ideado esas mentes brillantes para hacer subir las ventas del excitante producto que comercializamos?

Juan se queda unos segundos sin decir nada; Miguel nota tensión en las mandíbulas de su amigo. Lo conoce bien; sabe que algo anda mal cuando Juan reacciona de ese modo.

—Juan, ¿algún problema? 

—No, —dice Juan muy rápido. Y comienza a beber el café como si de agua se tratase.

—¡Cuidado que te vas a quemar! Pues no te envidio nada. Sé que cobras un mejor sueldo que yo, y que ser “ejecutivo” tiene su costado guay, pero las responsabilidades que conlleva tener ese sueldo…paso. Me encanta lo que hago, lo que cobro y no necesito más. Así me puedo quedar hasta jubilarme.

Silencio. Miguel está en su ensoñación: se ve felizmente jubilado, después de haber trabajado durante décadas en la misma empresa que lo dio su primer empleo de verdad. Juan, visiblemente atacado de los nervios, se pone de pie muy rápido. 

—Me tengo que ir, Miguel. Hablamos más tarde. Hasta luego. Sale velozmente por la puerta de la cafetería de la empresa. Miguel no llega ni a decirle adiós; cuando se da cuenta, Juan ha desaparecido de su vista.

—Qué mañana más rara —murmura—. Y encima ahora tengo reunión con Recursos Humanos. Espero que no me quieran ofrecer un ascenso. Miguel ríe tontamente y sigue tomando su café, sin saber lo que le espera. 

*Propuesta de texto para el taller de Escritura Creativa de Fuentetaja. Ejercicio: lo que hay que callarse. 26 de febrero de 2020.

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